Los ciudadanos nos creemos libres, nos gusta pensarlo, pero es una falacia. Nos han hecho creer que la libertad es meter un trozo de papel en una urna un día de cada 1.461 a unos señores que tendrán un poder prácticamente ilimitado los 1.460 días restantes. Abotargados por este simulacro de libertad política, nuestra libertad personal se ve recortada progresivamente, por los mismos “profesionales” a quienes votamos. Una de las herramientas utilizadas por estos yonquis del poder es la tiranía de lo políticamente correcto, del pensamiento único, y sus ministerios de la verdad. Tampoco pueden faltar unos medios de comunicación, transformados en muchas ocasiones, en correa de transmisión engrasada con billetes.

El concejal de Movilidad del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria presentó recientemente  la primera zona de bajas emisiones que sufriremos, en aplicación de la coercitiva normativa de la agenda 2030, para ciudades de más de 50.000 habitantes. La zona de bajas emisiones de Las Palmas de Gran Canaria estará delimitada por las calles Pío XII, Pí y Margall, Luis Antúnez e Ingeniero Salinas. Incluye, por tanto, de norte a sur, las calles Valencia, Alemania y Bilbao; y de este a oeste, Víctor Hugo, Blasco Ibáñez, Italia y Alfredo Calderón.

La puesta en marcha de la zona de bajas emisiones, que no será una realidad antes de 2026, obligará a realizar una reordenación del tráfico y la instalación de cámaras para supervisar los accesos y controlar la circulación en su interior. Vamos…como en las cárceles, o algo parecido. ¿Qué bajas emisiones son las que quieren reducir? Si contamos, en líneas generales, con uno de los mejores ecosistemas urbanos del mundo, tal y como constatamos diariamente, y reza en toda la publicidad oficial del propio ayuntamiento, es para preocuparse. 

La especialidad de la agenda 2030 es crear problemas donde no los hay, para beneficio de unos pocos y control de muchos. No debemos olvidar que, ante todo, nos encontramos frente a una agenda de poder con la que el globalismo sueña alcanzar su distopía: una sociedad controlada, sin libertad ni prosperidad, y sometida a todo tipo de prohibiciones y restricciones. Y todo disfrazado de supuesta solidaridad, pero todos en nómina.

La población constreñida en este moderno gulag que ocupa una superficie de unos 62.000 metros cuadrados es aproximadamente de unas 4.000 personas, casi un 30% de la que reside en todo el distrito de Alcaravaneras. Aquí se incluyen también dos colegios y 120 locales comerciales, de los que están abiertos 70. Esos  comercios que subsisten deben estar temblando, pese a que el ayuntamiento afirma alegremente que se va a vitalizar la vida comercial de la zona. La restrictiva normativa no invita a ir a visitar comercios, ni siquiera a llevar suministros y mercancías, en una zona tan limitada a la circulación. Ya veo a los transportistas y repartidores en las eco resilientes y siempre intrusivas patinetas.

Desde el Ayuntamiento no se mostraron preocupados por la reciente anulación de la zona de bajas emisiones de Madrid, capital que no cuenta con los alisios, dado que indicaron que se trataba de no aportar un mero informe de carácter económico. ¡Claro que sí!, el informe de evaluación del brutal impacto económico que conlleva una ordenación que restringe los derechos de millones de ciudadanos. Eso sin hablar de las reclamaciones planteadas para la devolución de más de 330 millones de euros en multas, que alegremente ha trincado el ayuntamiento madrileño, mediante la imposición de más de un millón setecientas mil multas. ¡Casi nada!

El “concepto”, los políticos globalistas lo venden con tintes poéticos y pastoriles: “La idea es rediseñar las ciudades para que en un máximo de 15 minutos, a pie o en bicicleta, los habitantes puedan disfrutar de lo que constituye la vida urbana: acceso a su trabajo, a su hogar, a la alimentación, la salud, la educación, la cultura y la recreación», así lo expusieron en TED  2020. Pero las realidades requieren de otras armas no tan bonitas: altas y crecientes dosis de intervención, aplicación de crédito social, represión vía multas, coerción, control de la vida privada, prohibición de la elección personal, supresión de la responsabilidad individual e incluso fomento de la delación entre vecinos. 

La mayoría de los políticos que pretenden imponer la ciudad de 15 minutos abrazan una ideología progresista, en lo relacionado a la planificación central y al colectivismo, pero con esa perspectiva de tratar a los “administrados” como si fuéramos niños pequeños. Ahí se genera, entre otros divergentes combinados, el extraño pero sólido matrimonio entre las élites multimillonarias y la agenda pijo progre, que al parecer adora el patético invento de las ciudades del cuarto de hora.

Las urbes son la cuna histórica de las demandas de libertad. Son las arterias por donde transcurren los intercambios intelectuales, tecnológicos y artísticos. Por eso es tan comprensible que los globalistas totalitarios las detesten con furia. Las ciudades son el caldo de cultivo de las sociedades más libres y cambiantes. Las “Ciudades de 15 minutos”, no buscan el bien de la comunidad, nunca es el plan, son una mera excusa para planes liberticidas y totalitarios. Lo peor es que como toda planificación centralizada, está condenada al fracaso en lo que se refiere al supuesto publicitado: bajas emisiones, diversidad, sostenibilidad o cualquiera de estas palabrillas intercambiables, que la casta política usa como mantras tan infalibles como vacíos.

Con el cansino catecismo de la alarma climática, y sus variables pisoteando todos los derechos, ya hemos visto la forma en que los gobiernos han restringido la movilidad y han implementado sistemas de crédito social. Finalmente, como no podía ser de otra manera, la Agenda 2030 está siendo un espantoso fracaso, algo reconocido por organismos supranacionales como la propia ONU y el Banco Mundial. Habiendo transcurrido más de la mitad del plazo con que contaba para lograr sus aparentes y discutibles objetivos, no han alcanzado ninguna de las metas con las que se llenan la boca…la boca y sus insaciables bolsillos.

Toda esta charlatanería financiada con nuestros impuestos busca una progresiva tiranía encubierta, que se va imponiendo muy lentamente, pero sin pausa. A los rectores de la Agenda 2030, sus 17 objetivos les importan un bledo. Su verdadero objetivo es sólo uno: su propio beneficio y un férreo pero sutil control estatal, sustentado en ciudadanos transformados en productores y despojados de derechos. Los planificadores del Foro Económico Mundial son tan perseverantes como intransigentes, poseen enormes recursos para imponer su relato y quien se oponga siempre será negacionista o un triste y aislado conspiranoico. Es lo que hay.

Luis Nantón Díaz