Hay construcciones que se van derrumbando lenta y progresivamente. Hay otras donde es necesario rematar con una buena voladura. Nunca es agradable el fin, salvo por lo que entraña de un nuevo principio. Una muestra del derrumbe son las sesiones parlamentarias, el nivel no es que sea bajo, sencillamente no existe. Todos estos profesionales del marketing político, solo se centran en generar algún jugoso titular, que pueda ser utilizado masivamente por sus voceros.

También es verdad que las sesiones de control en el Parlamento Nacional no son lo mismo sin Sánchez. Y no porque esperemos sus intervenciones con ilusión, seis años son más que suficientes para calibrar que no es un Demóstenes de la oratoria. Pero sí es verdad que su presencia confiere al evento emoción, tensión, una pizca de interés, ya saben, que si se va a los diez minutos, si vertirá dos o tres bulos, o defenderá serenamente lo que él es el primero en atacar y denostar. Vamos, un poquito de lodo del que tanto le gusta. Todos los grupos son muy parecidos, sobre todo en su defensa borreguil de la agenda 2030, pero al menos cuando está el líder supremo se desanudan la corbata, liberan adrenalina y bailan en torno a una hoguera que ya tiene pinta de auténtica pira funeraria.

Y vaya ideas que se le ocurren a estos descerebrados. No dan puntada sin hilo. Sumar quiere restar horas de trabajo. De hecho, la “chulísima” ministra de Trabajo quiere acabar con el trabajo. Si cuanto menos se trabaja mejor va todo, no se entiende cómo no lo habían descubierto hasta ahora. Tantos siglos y no se habían dado cuenta de que una de las soluciones para alcanzar la prosperidad era tumbarse a la bartola. Ponerse a trabajar sólo sirve para empeorar. Cuanto más trabajas más pobre te vuelves y peor va todo. 

Para qué preocuparte por el futuro, por el bienestar de los tuyos, si todo está controlado. Todavía no me he recuperado de escuchar, hace unas semanas, a un economista del club de los “bienpagaos” afirmando que las pensiones están aseguradas por que los gobiernos pueden emitir la cantidad de dinero que quieran, y sin limitaciones. Mira que los antiguos eran zoquetes.

Las cosas parece que son como siempre, pero no es así. No hay una vieja y una nueva política. No hay una nueva forma ni una vieja manera de hacer las cosas. Finalmente se trata de acercarnos a lo correcto, a lo justo, al bien común. La decisión es nuestra, por acción o por omisión, solo nuestra es la responsabilidad. Sobre el papel todo parece fácil, las teorías perfectas de una delineada y calculada simetría solo aparecen en los manuales de pensamiento político, que muchos citan, pocos leen, y con los que normalmente nunca se ha hecho nada de verdadera utilidad.

Muchos piensan que España va bien porque bares y restaurantes están llenos, porque los locales de ocio cuentan con máximos históricos. No se percatan de que hace muy pocos años tenías dinero para, fruto de tu trabajo, invertir en una vivienda, en una segunda casa, en un cambio de coche…en prosperar. Ahora todo va bien porque tenemos dinero para ir a tomar cañas. Si además eres joven, y quieres emanciparte, a ver si tienes suerte y te alquilan una habitación, donde poder guardar el patinete. Sí, va todo mejor.

Cuando vale todo, cuando normalizamos casi todo, hay que pensar si la voladura es un problema, o una solución. Que España emprenda el camino del totalitarismo es normal desde el momento en que el gobierno quedó condicionado por el partido de un secuestrador, el de un golpista y un patético malversador. Para formar gobierno, su Sanchidad sacó un conejo de su chistera y redimió a casi todos sus socios, ya fuera mediante indultos, la amnistía o directamente trastocando la ley. Lo tenemos delante de nuestras propias narices,  un gobierno que compra los votos que le garantizan el poder a cambio de amnistiar al delincuente que se los vende, ¿de qué nos vamos a extrañar después?.

No me canso de repetir que las etiquetas de izquierda o derecha ya están absolutamente desfasadas. Solo hay que fijarse en la postura sobre la agenda globalista. Si te pintan que el rosco de colorines es una solución, te aseguro que te están dando gato por liebre…quizás ni eso.

Los progres europeos estafaron a sus votantes durante décadas con el casposo discurso de la justicia social, los derechos del trabajador, la distribución de la riqueza y la lucha contra los excesos capitalistas, mientras en realidad viraban hacia la ideología de género y la locura de sus políticas, el igualitarismo más radical, la cancelación cultural, y todo aquello que socave la vida, la familia y la cultura ancestral. El engaño se fraguó durante años, pero es en esta última década donde sus desequilibrios están alcanzando lo inasumible.

El Estado moderno, desconectado de la gente con su aparato de leyes e instituciones, se ha transformado en el mayor problema de la concurrencia. Estos gobiernos han sido programados por las élites para modelar a la ciudadanía, en una imparable obra de ingeniería social, de auténtica deconstrucción. Las presuntas políticas de “igualdad” sólo han servido para eliminar a la siempre floreciente clase media, depauperando materialmente al personal. Los hechos son tan claros, como evidentes. Seguir entendiendo a los gobiernos y sus políticos, como alguien que vela por nuestro futuro, es algo casi infantil. Se han convertido en una máquina insaciable, que nos expropia con su voraz fiscalidad para regalar el fruto de tu trabajo a otros; un Estado cuyo fin es nuestra perdición y que es esencialmente hostil a nuestra cultura, a nuestros valores y a nuestra simple existencia. Por lo tanto, no le debemos la menor lealtad a un monstruo que sólo sirve para empobrecernos, desprotegernos y arrebatarnos la ilusión. 

Los conservadores, igualmente, han modelado su engaño durante años, pero también han aumentado su velocidad de crucero. Su pertinaz renuncia al debate cultural, centrándose en la gestión económica, ha supuesto la entrega de una sociedad adormecida a una izquierda que es experta en vender sus relatos. Al final, con sus miedos y remilgos, se han convertido en auténticos testaferros de su simulada oposición.

Sigamos disfrutando del espectáculo de “la voladura” desde las cómodas gradas, aunque ahora me vienen a la memoria las palabras del irlandés Edmund Burke: “Para que el mal triunfe, basta con que los buenos no hagan nada”.

Luis Nantón Díaz