El último noticiario de este año del genial Fabián C. Barrio, termina recordando que su Sanchidad acaba de cumplir su primer año en Moncloa, en esta nueva e imperial legislatura. El ínclito Doctor es un verdadero crack, solo en un año se ha cepillado la amnistía a la carta, se pone de lado con innumerables casos de corrupción como los affaires Koldo, Mascarillas, Delcy o Ábalos. Su activo Fiscal General del estado imputado oficialmente, sin olvidarnos del Hermanísimo, los innumerables negocios de la Presidenta o la anulación de las sentencias de los ERES por un Constitucional convertido en una caja de marionetas. Y no le es suficiente, ahora culminando el asalto al Banco de España, y al pesebre de RTVE. No tiene freno. Es el “más mejor”. Pero saben lo que me asombra, la capacidad de aguante del personal. ¿Se trata de aguante o de otra cosa?

Las últimas décadas revelan nuestra incapacidad para que la sociedad española pueda generar una clase política alternativa. De hecho, lo más renovador ha sido el único movimiento parlamentario que se enfrenta a las políticas de la agenda 2030, y son lo más cercano a un soplo de aire regenerador y fresco en este sistema. Hay una inamovible oligarquía, tan necrosada como endiosada, que mueve los peones con un total desinterés por el bien común. Y esto de ser peón, si no estás abducido, resulta muy cansino.

La gota fría sufrida en Valencia ha demostrado que estamos enjaulados en un estado fallido. No tiene otra denominación, por mucho que la mayoría de los políticos se rasguen las vestiduras. Un estado que engulle recursos sin freno, creciendo desmesuradamente, sin fin, y que nada aporta. El desastre del levante ha dejado al descubierto, una vez más, la ineficacia de un sistema totalmente inoperativo que solo vive para su propia pervivencia y disfrute.

Algún día se tiene que acabar nuestra crédula y cómoda pasividad. Nuestro silencio, nuestra inacción, nos hace a todos cómplices de tanta injusticia. A lo mejor ha llegado el momento de desprenderse de la ingenuidad, ante las imágenes de dolor y asumir de una vez que esta gentuza, que solo sabe cruzar acusaciones mutuas, solo tiene interés en sus negocietes, en sus mamoneos y en eternizarse en el poder. Llevamos muchas décadas desde el inicio del régimen del 78, y siempre se perpetúan las mismas siglas.

Queda claro que el pueblo español no es soberano… Somos súbditos de un sistema improductivo, injusto, y que hipoteca nuestro futuro. Posiblemente sea verdad eso que tanto se repite estos días, que solo el pueblo salva al pueblo, pero con tanta amnesia colectiva, no soy muy optimista. Eso sí, tantos jóvenes, tanta solidaridad, tanto genuino desprendimiento sí ha supuesto una importante y reveladora novedad. A lo mejor algo está cambiando, y como siempre el motor estaría en la juventud.

Pero cualquier cosa que se escriba, cualquier cosa que se comente, tiene que convertirse en un homenaje a la gente. Porque siempre hablamos de gente, de personas, con sus ilusiones, inquietudes, proyectos…Ciudadanos que enfrentándose a problemas colosales, adquieren conciencia de su ser colectivo. Homenaje a las víctimas mortales y a sus familiares, a los que han perdido casi todo y por supuesto, a los miles de voluntarios, que ante la pasividad del estado fallido, se han movilizado vigorosamente desde un primer momento. Para consuelo de los afectados, y para vergüenza de estos yonkis del poder, ebrios de odio e incompetencia.

Todo este espontáneo movimiento popular ha puesto muy nerviosos a los partidos políticos, con sus intereses de siempre. El Régimen del 78 en su conjunto tiembla ante la marea de voluntarios. A diferencia de los medios de comunicación tradicionales, los voluntarios no dependen de una ideología o de un partido: son libres y auténticos frente a este putrefacto sistema. Por eso están tan nerviosos ambos partidos “mayoritarios”, ambos reflejo agendista de la misma inacción, pasividad y carencia absoluta del ánimo de ayudar.

Importa poco qué motivó el desastre organizativo. Y que no nos hablen del cambio climático. El gobierno incumplió no sólo un evidente deber moral, sino posiblemente también la ley, al incurrir en una omisión de socorro y vulnerar derechos de los ciudadanos. ¿Qué hizo el gobierno de la Comunitat, salvo verse sobrepasado por los acontecimientos, sin recursos ni capacidad de gestión? ¿Y qué hizo el gobierno nacional ante la incapacidad del gobierno valenciano, con la que contaba? ¿Ayudar a los ciudadanos o intentar obtener beneficios políticos?

Que mejor revulsivo que esta consentida mortandad de Valencia para instrumentar una eficaz y solidaria red de desobediencia civil. Cuando el COVID poco aprendimos, no salimos mejores, y los gobiernos apuntalaron su dominio y control. ¿Por qué no soñar con una alternativa real a este sistema que poco aporta y sistemáticamente nos arrebata la mitad de nuestra nómina o pensión?

¿Qué se puede opinar de la tendenciosa cobertura de la catástrofe por parte de todos los medios de comunicación oficiales? En España el hedor de la política y de los medios de comunicación empieza a resultar insoportable. Respecto de estos últimos, vean un ejemplo. Tras la arriesgada visita de los Reyes, utilizados por su Sanchidad, a Valencia, los medios omitieron la presencia de Sánchez. Los medios subvencionados dieron a entender que el objetivo de la ira de los vecinos habían sido los reyes, que sí afrontaron la situación con cierto pundonor, con pocas menciones a nuestro Gran Timonel que todavía está corriendo.

Si no reclamamos responsabilidades penales y políticas a estos mangantes, de un desastre tan extraordinariamente grave, ¿en qué nos habremos convertido? En un Estado fallido donde el gobierno puede actuar al margen de la ley con total impunidad y donde la ciudadanía acepta mansamente todo lo que acontece.

Un hábil comentarista utilizaba hace unos dias una brillante cita en relación a toda esta situación. Qué mejor que el clásico de Ernst Jünger, en su libro LA EMBOSCADURA:  «Largos períodos de paz promueven ciertas ilusiones. Una de ellas es creer que la inviolabilidad del hogar se basa en la Constitución. En realidad, se basa en el padre de familia que se encuentra en la puerta, rodeado de sus hijos, hacha en mano» .

Pues eso, este Estado, que nos dicen que somos todos, no resuelve nada, no facilita nada, y cada día resulta más asfixiante. La solución, y el problema, somos nosotros.

Luis Nantón Díaz