La pandemia lo ha acelerado todo, imponiendo un ritmo vertiginoso, donde se van desvaneciendo los maquillajes, y aparecen los auténticos objetivos. Hasta hace unos años esta perspectiva estaba encasillada como conspiranoica, negacionista, retrógrada y muchas etiquetas excluyentes. Términos como el gran reinicio, globalización o ingeniería social, sonaban a guerra de las galaxias, pero ya lo vislumbra todo el mundo, y con absoluta transparencia. Ya está aquí toda la estrategia 2030, ya ha aterrizado toda la planificación 2050, y no solo es cuestión de Davos, la ONU o el FMI, ya no son las filantrópicas directrices de Bill Gates, Soros o Klaus Schwab. Hasta nuestro presidente, incapaz de resolver nada de lo que ahora nos afecta, se ha enganchado al lucrativo y todopoderoso carro de la gran sustitución.
Los medios no dicen nada, la mayoría de los partidos políticos miran hacia otro lado, pero estamos sufriendo una invasión. Desde hace años, pero como ocurre con todo, la pandemia y los intereses que arrastra, en origen, o a toro pasado, han multiplicado la marea.
¿Cómo no va a ser así?, si continuamos potenciando el efecto llamada pese a nuestro desastre económico, ¿cómo va a acontecer de otra forma?, cuando con una cifra espectacular de paro, nos salen con que necesitamos 250.000 inmigrantes anuales. Pero por mucho que manipulen datos, oculten estadísticas y censuren contrastadas realidades, la gran herramienta de los globalistas continúa siendo lo sentimental, las visiones sesgadas, inocularnos el veneno de una solidaridad mal entendida, y mezquinamente planteada.
Nosotros no somos los fuertes. Permanentemente nos invaden con imágenes de desvalidos jóvenes marroquíes, de chavales magrebíes que quieren un futuro mejor, aunque hayan sido vilmente utilizados por su gobierno como abyecta moneda de cambio. No nos equivoquemos, nosotros somos los débiles, los pusilánimes. Ellos tienen ansia de vivir, voluntad de poder, nosotros reenviamos memes desde nuestro cómodo sofá, mientras nos esquilman a impuestos, nos arrebatan la libertad y reblandecen, aún más, a la generación de jóvenes españoles que pudiera ser nuestro futuro.
José Vicente Pascual lo explicó genialmente hace unos días, en pleno marasmo de Ceuta y Melilla…y de Canarias, donde todos los días, todas las jornadas, continúan llegando pateras sin interrupción. Comentaba que no sintamos pena por estas personas, porque queramos o no, son herederos de una raza antigua y poderosa y tienen más voluntad de ser que todos nosotros juntos.
Siempre utilizando la exposición de este genial autor y empleando su sutil argumentario, ¡probemos!: ¿Nos comparamos con cualquiera de ellos? De verdad, ¿crees que tienes posibilidades? Este joven tiene ansia de vivir, quiere luchar por su futuro y está decidido a mejorar. No tiene nada y precisamente por eso está dispuesto a ganarlo todo. Y te lo va a ganar a ti, nos lo va a arrebatar a nosotros, que ya nos hemos rendido. Lo peor es que no lo sabemos.
Sabes donde reside la fortaleza de este individuo, en que es imposible que pueda integrarse en nuestra cultura. Todo el rollo progresista que nos invade hasta el desasosiego, él ni lo comprende, ni lo entiende, ni lo respeta. No pretende integrarse en nuestro fracaso, ni que fuera un atontado devorador de series televisivas. Este hombre ya tiene una civilización, una “cultura” mucho más vigorosa y pujante que la nuestra. Él sabe perfectamente lo que quiere y como lo quiere. No puede comprender cómo han llegado a estos niveles de bienestar, unos pálidos enemigos de la vida. Una sociedad que no cree en la familia, que no defiende ideales, que no lucha por su visión del mundo, que carece de una percepción de lo sagrado y lo trascendente.
Este hombre tendrá a su lado una mujer valiente y abnegada, y ambos querrán tener muchos hijos, dado que creen en el linaje y en el futuro. Y el futuro son los hijos y la familia. Este individuo no comprende como quienes le abren sus puertas, renuncian a su propia identidad y optan por ser sustituidos por otras culturas, en vez de potenciar los ingentes recursos que destinan a su propia eliminación en fomentar su natalidad, su cultura, su porvenir. Sencillamente no lo comprende y sonríe de forma condescendiente. Es absolutamente incapaz de concebir tamaña ceguera.
Pero si bien él no puede hacer nada, sí tiene claro que a su nutrida descendencia les va a enseñar que la vida es combate, y que la decencia, el buen nombre y la autoestima son los mayores bienes que puede otorgarte una vida recta y decorosa.
Sus hijos, que son su futuro, e inconscientemente el nuestro, asistirán a la escuela con ansia de conocimientos, con ganas de superarse. Por supuesto que aprovecharán todos los beneficios de nuestra cambiante sociedad del bienestar, pero ellos saben que las cosas hay que lucharlas, y que es fundamental el ansia de vivir.
De verdad, tengamos pena de nosotros.
Luis Nantón Díaz
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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