Cada día consulto más textos por internet, y es increíble como estimula la curiosidad la potente virtualidad de las redes del conocimiento. Empiezas vislumbrando algo sobre los etruscos, y cuando te percatas, estas regocijándote con textos de Quevedo, tras superar anárquicamente varias páginas sobre la edificación de Versalles o la construcción de bajeles en la antigüedad. Es como las corrientes de opinión, se intuye lo que buscan los promotores, pero nunca se sabe cómo termina realmente la historia.

Hace unas jornadas, y con ocasión de la preparación del cercano aniversario del nacimiento del insigne ingeniero tinerfeño Agustín de Betancourt y Molina (Puerto de la CruzTenerife1 de febrero de 1758 – San Petersburgo14 de julio de 1824), realice un entretenido viaje por la historia, que induce a la reflexión. Gran diseñador de planes urbanísticos, y genial inventor, este prominente canario supervisó proyectos urbanísticos e innumerables creaciones en San Petersburgo, KronstadtNizhny Novgorod y en otras ciudades rusas.

De hecho, terminó sus días en San Peterburgo. Pues gracias a la apasionante vida de nuestro paisano, termino en Normandía y en Lanzarote, dado que era descendiente directo de Jean IV de Béthencourt, y por el camino, aunque por error, termino con el bombardeo de Barcelona de 1842. El error se origina por mi confusión, con la visita en San Petersburgo a nuestro Agustín de Betancourt , de  Juan Manuel Julián Antonio Van Halen y Sarti, Murphy y Castañeda, más conocido como Juan Van Halen y Sartí (Isla de León, Cádiz, 16 de febrero de 1788 – Cádiz, 8 de noviembre de 1864). Este impresionante militar español, con una vida increíble, que invito a conocer, hermano en el conocimiento masónico con Agustín de Betancourt, no es el General van Hallen que bombardea la ciudad Condal en el siglo XIX. No es, pero ya que estamos, sigamos con el apabullante recorrido.

La reflexión a la que induce mi inicial confusión histórica se reduce a que una buena “bullanga” puede terminar en un fatídico bombardeo. Las “bullangas” fueron disturbios cívicos de mucha intensidad y corta duración que se generaron en España a mediados del siglo XIX, especialmente en las grandes ciudades. Hay “bullangas” desastrosas y otras, mucho menos. Posiblemente, y técnicamente hablando, el 2 de Mayo madrileño, frente a los invasores franceses, como natural estallido de violencia, sea una mítica, terrible y casi paroxística bullanga.

Todo esto para insistir, que como magistralmente apunta el politólogo Ernesto Milà,  la bullanga es, sobre todo, un estallido de cólera que nada tiene que ver con la diversión y mucho, en cambio, con la violencia. La España de mediados del XIX fue el paraíso de las “bullangas”, no hay ningún otro país del mundo en el que se hayan producido disturbios similares.

Y aprovechando el lógico despiste del lector, y teniendo en cuenta que seguimos virtualmente en Barcelona, veamos como una bullanga, puede desencadenar un desastre. Volvemos al caustico, pero certero punto de vista de Milà y sus brillantes explicaciones sobre los incidentes de 1842 en la ciudad condal. La chispa inicial, se generó por un tumulto que se produjo en la Puerta del Angel cuando un grupo de trabajadores que regresaban de almorzar intentó introducir al interior de la ciudad una pequeña cantidad de vino sin pagar los “derechos de puertas”. Intervino la “Milicia Nacional” a favor de los obreros y estalló el motín. Sobra decir que el ambiente estaba caldeado meses atrás, pero estalló por donde menos se esperaba. Antes había corrido el rumor de que el gobierno Espartero se disponía a firmar un decreto librecambista que rebajaría los aranceles a manufacturas textiles británicas. Inicialmente se creó un gobierno de notables en la ciudad, pero al no poder controlar la situación, éste fue sucedido por otros gobiernos, cada uno de ellos de perfil más y más bajo, hasta que finalmente, mientras los notables intentaban abandonar la ciudad a la vista del inminente bombardeo que se venía encima, el último comité “ciudadano” les disparó al cruzar las puertas de la ciudad. Generalmente el “sincero” talante democrático de los nuevos gobernantes queda rápidamente de manifiesto.

Tras varias “negociaciones” siguió el bombardeo de Espartero y Van Hallen (el general de nuestra inicial confusión)  desde la fortaleza de Montjuich (casi 1000 balas de cañón sobre el recinto amurallado de la ciudad). Gente huyendo por el puerto, expolios, robos, incendios y desordenes de todo tipo. Así fue la “bullanga” de 1842 que se cerró con el bombardeo de la ciudad el 3 de diciembre. Varios cientos de detenidos y más de 100 fusilados.

Indudablemente no se bombardea una ciudad por unos pellejos de vino, pero cuando el nivel de los políticos, cuando el baremo de nuestros representantes es tan exiguo como poco elástico, cualquier cosa puede desencadenar un desastre. En 1842 se perdió el sentido, y por diferentes circunstancias el nivel de los “lideres” fue bajando trágicamente a lo mínimo que “se despacha”. De los comités ciudadanos del inicio de los incidentes pasamos por un colorido paseo de “iluminatis”: buhoneros, vendedores y charlatanes ambulantes, que terminaron copando el comité de gobierno. Personas  más y más zafias, ignorantes y con proyectos más utópicos y lejanos de toda realidad. Los ejemplos son numerosísimos, dramáticos, y si no fuera porque se derrama sangre y prima la destrucción más vana y gratuita, casi serian guiones de comedias de medio pelo. Del desastre cantonal, al aireo de revólveres en el parlamento del 34, siempre tenemos a los mismos iluminados, siempre a los mismos…..

Y en una economía globalizada, para beneficio de unos pocos, estas “bullangas” y sus vástagos, generan más caídos, que las balas de cañón. Seguimos sin gobierno, de lo que tengo sinceras dudas si es bueno o malo, pero existe un patente miedo a la incertidumbre. Eso es cierto, como es incierto el anestesiante mensaje de que hemos superado una crisis, que no se va, porque es un cambio de sistema. Es necesario tener ilusión para afrontar tiempos adversos, porque eso es la forja de la historia, una superación de circunstancias adversas.

Luis Nanton
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