Son muchos los amigos, porque son muchos los amigos a los que me debo, que me preguntan por qué hago uso de tantas referencias históricas,  en mis humildes incursiones literarias. La verdad es que sencillamente me apasiona la historia, en todas sus etapas y disciplinas, pero también es importante para proyectar sus enseñanzas en futuros, que a lo mejor,  no son tan inciertos. Por ejemplo, el otro día,  el economista Jose Carlos Díez, de la Universidad de Alcalá de Henares, manifestaba que en menos de 40 años habíamos sufrido tres “burbujas” económicas, todas ellas absolutamente previsibles, y que justo en los años inmediatamente anteriores, múltiples voceros anticipaban. No es que tropecemos tres veces en la misma piedra, es lo siguiente, y la historia es el paradigma de los errores consecutivos.

Hace unos siglos, no era necesario preocuparse de la ecología, la vida era ya bastante ecológica, duramente ecológica. La vida te regeneraba. En Grecia, concretamente en Atenas, celebraban la sagrada festividad de las Plinteria, en el mes de Targelion, que correspondía con nuestro mes de Mayo. Para los antiguos, el tiempo transcurría cíclicamente, y no de forma lineal. Durante las Plinteria se realizaban una serie de ritos de purificación de la diosa Atenea, con la limpieza y purificación de la excelsa imagen de la divina representación.

Las Praxiergidais, mujeres escogidas para desarrollar los trabajos de limpieza ritual de la imagen, retiraban solemnemente las vestiduras de la diosa para lavarlas y cubrían su desnudez con un velo. Tras esto, la imagen de Atenea, que pernoctaba el resto del año en el Erecteion,  era transportada hasta el puerto de Falero y bañada en el mar. La mágica inmersión de Atenea era considerada un hito de purificación colectiva de toda la ciudad,  a la que la diosa protegía. De ahí que las Plinteria fuesen consideradas una festividad extremadamente importante para los ciudadanos atenienses. Ahora nos falta mar para purificarnos, y la única similitud que encuentro es que estamos en Mayo.

Ahora nada se purifica, y en series televisivas, productos literarios y cine de consumo, se magnifica lo bajo, se rinde culto a lo abyecto y se enaltece a héroes sin escrúpulos. Esta piromanía cultural, en sus estratos más profundos, es un conjunto de ideas incubadas desde la segunda mitad del siglo XIX. Sufrimos el vendaval ideológico del positivismo racionalista de la triunfante civilización burguesa. Frente a la tabulación de la existencia por la economía y por la aparente razón, deberíamos desempolvar la historia y revivir el poder de lo irracional, del instinto y del subconsciente. Frente al optimismo liberal, en un mundo amansado linealmente por el progreso, deberíamos oponer una concepción trágica y heroica de la existencia. El reflejo de Roma y Grecia, pueden generar una renovada apuesta que, por su radicalidad, bien podría calificarse de nuevo mito.

Un mito destinado a reiniciar el contador de la historia.

Solo hay que analizar las diferentes noticias que diariamente nos acosan, para percatarse de que la política se ha convertido en el mopolio del Estado y sus funcionarios. El genial iluso Montesquieu confundió el despotismo con la tiranía, si, así como lo escribo, y por ello la identificación entre ambas formas de gobierno ha lastrado el pensamiento político y jurídico. El despotismo, igual que la dictadura, altera las leyes cuando le conviene; mientras, se atiene a ellas y las hace respetar. Pero en la tiranía, las leyes son meras orientaciones sobre la voluntad del poder que, bien de «iure», bien de «facto»,  mediante normas o leyes ambiguas, le permiten campar libremente; o bien se transgreden sin el menor escrúpulo cuando se cree conveniente; o bien se actúa de hecho al margen de las leyes sin consecuencias jurídicas. Ahora bien, en todo caso, para que el despotismo se convierta en tiranía basta formalmente que el poder judicial pase a depender del poder político. Dicho esto, solo tenemos que pensar en el espectáculo judicial y político, que desde Canarias estamos ofreciendo en las últimas semanas. Un simple y sencillo botón de muestra.

Lo que somos, o lo que no somos, es fruto de un camino por la historia. De igual manera que la geopolítica determina dos bloques antagónicos, el atlántico y el euroasiático, con dos concepciones de la vida plenamente distanciadas, estas han sido labradas desde la antigüedad. Somos herederos de análogas situaciones, con protagonistas diferentes. Cartago y Roma son un ejemplo extraordinariamente didáctico, y casi diría que de acuciante actualidad.

La globalización es la imposición del paradigma atlántico. Cartago y su imperio comercial, son el primer arrebato globalizador de la civilización. El filósofo Fukuyama escribe sobre el “fin de la historia”, que en realidad significa el fin de la historia geopolítica y del conflicto entre el atlantismo y el eurasianismo. Esto apunta a una nueva arquitectura de un sistema global sin oposición y con un solo polo, el polo del atlantismo. Esta variante de la arquitectura mundial es completamente ajena al concepto del eurasianismo, que en su vertiente histórico tuvo su primer referente en Roma.

La republica romana fue un expansivo hito civilizador. Para los cartagineses, sociedad de mercaderes, el comercio era una fe además de un medio de vida. Toda su civilización se ordenó según esta preocupación. En su época de esplendor, la capital de los púnicos llegó a cobijar a 700.000 almas. Cartago, no fundaba colonias, sino puntos de venta, en un esquema idéntico al de una multinacional.  Ante todo deseaba proveerse de mercancías y elevar el nivel de vida de sus súbditos – consumidores .Es decir, estamos ante una “civilización del lujo”, que no podía sino contrastar con la búsqueda de la virtud, el rigor, la sobriedad de la Roma republicana.
Roma era un estado continental, europeo y guerrero; los púnicos un estado marítimo, africano y mercantil. Durante siglos, ambas urbes se ignoraron mutuamente.  Pero Roma y Cartago, a causa precisamente de todo aquello que las distinguía y las hacía participar en visiones del mundo antitéticas, no podían sino terminar en el enfrentamiento. En un tiempo, la oligarquía cartaginesa acometió su expansión a costa de las ciudades griegas de Sicilia, justo en el momento en que Roma acababa de expansionarse la Magna Grecia, al sur de Italia. Mesina, ciudad siciliana,  pidió entonces ayuda a los romanos contra Siracusa, aliada de los cartaginenses, lo que fue el comienzo de tres guerras que se llamaron “púnicas”. Al final, la victoria de Roma fue completa. Aníbal, Escipión y tantas figuras emblemáticas, son brillantes eslabones de una lucha entre distantes visiones del mundo.

En la actualidad, autores modernos, con más carga ideológica que fundamentos históricos, lanzan mensajes, mil veces radiados, en defensa del nuevo imperio. Su objetivo  es rescatar los valores de la Cartago púnica frente a la Roma latina. Se empeñan en demostrar el “pacifismo” y el “ideal democrático” cartaginés frente a “esa Prusia de la antigüedad” que fue Roma.

Me niego a tirar la toalla, me niego a no luchar por la esperanza……Pero también hoy aparecen nuevos rebeldes, individuos que luchan por hacerse un sitio frente al bestiario de la sociedad tecno-industrial. Es un hombre duro, incombustible emocional y espiritualmente, eternamente en marcha, en constante metamorfosis, que ejerce su profesión como actividad no especulativa, que defiende su ámbito familiar y personal como último e inviolable reducto de su intimidad, que participa con actitud militante en la formación de la opinión pública, que en fin, subraya sus rasgos propios frente a la masa y que está dispuesto a sacrificar su individualismo en aras de valores comunitarios superiores. No es hombre de protestas gratuitas vivificando el enfrentamiento contra el despotismo y la tiranía. Busca la autenticidad a través de la resistencia a lo habitual, aunque esta resistencia sea dolorosa y desgarradora porque se dirige, sobre todo, hacia el interior de sí mismo.

Luis Nantón
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