El miedo más apabullante e irreflexivo domina nuestra sociedad. Estamos inmersos en una caótica coyuntura, donde todo es incertidumbre y desasosiego, generando un contrastado pesar que se puede masticar. Anteriores generaciones han superado situaciones mucho peores, con diferencia, pero el exceso de bienestar ha eclosionado una sociedad infantil, carente absolutamente de espíritu crítico, y esto es un factor multiplicador. Progresión aritmética del pavor más irreflexivo.

El miedo impide pensar. Los individuos atemorizados son incapaces de utilizar el razonamiento lógico, y se bloquean de forma permanente, ante situaciones que si las analizamos tranquilamente tienen solución. El terror bloquea nuestra capacidad neuronal, por eso, cuando alguien está arredrado lo único que ansía y desea son lugares y situaciones “seguras”. Lo vimos en EE.UU, con el Acta Patriótica: se renuncia a las libertades a cambio de la seguridad. Renunciamos a casi cualquier cosa, para poder salir a la calle y seguir con nuestras vidas cotidianas, algo grises y posiblemente anodinas… pero seguras. Si nos percatamos, si pensamos, nos daremos cuenta de que esa es la única aspiración de los rectores del sistema.

Muchos expertos hablan de tres modalidades de miedo:

– Existe un miedo ante una situación inmediata que nos sorprende, generalmente de naturaleza física. El temor a sufrir sensaciones dolorosas derivadas de un estímulo externo imaginario o real.

– El miedo social. Este miedo de carácter psicológico es mucho más profundo, y todos lo hemos sufrido en estas últimas décadas, con las rígidas normas de la farisea corrección política:  el miedo a protestar, a significarnos por algo, a situarnos como objetivo de reprimenda social, el miedo al qué dirán, el miedo a perder lo que tenemos…

Hay un tercer miedo, dicen…el miedo metafísico. Pero hoy no toca hablar de esto, no se preocupen…

La combinación de las dos primeras tipologías de miedo es lo que caracteriza nuestro momento de civilización: tenemos miedo al virus, pero también tenemos miedo a perder nuestras empresas y proyectos, perder el trabajo o ver comprometida nuestra situación familiar. Lo primero puede acabar con nuestra salud, lo seguro con nuestras expectativas de futuro. Todo ello ha potenciado la atomización de la sociedad. Nos recluimos voluntariamente en nuestras casas, multiplicamos el consumo tóxico del veneno televisivo y sus verdades, y continuamos anestesiándonos a la espera de soluciones que nadie nos va a aportar. Todo se conquista, todo se supera, pero esperar que los mismos incapaces que pésimamente gestionaban nuestros recursos en la esperpéntica “normalidad”, ahora van a brindar algún tipo de soluciones, es creer en los milagros.

El miedo ha intensificado los quebrantos del sistema. Y por ello la alusión al título que encabeza estas líneas. “El abismo democrático” es un magnífico ensayo de un genial Javier R. Portella, donde con invitados de la profundidad y calado de Nietzche, Hölderlin, Tocqueville o Rilke, nos inflama el alma mediante digresiones que nos impulsan a cuestionarnos cómo hemos llegado hasta aquí. No se trata de política, sino del devenir de una forma de ver el mundo, asfixiada por las leyes del dinero y el mercado. No se hace referencia a elecciones o mociones de censura, sino radicalmente de todo lo que se opone a la belleza y a la grandeza. En cierta medida sutiles reflexiones encaminadas a recuperar nuestro destino.

Un patético sistema de 17 reinos de taifas, más de un año después del inicio de este desastre, continúan sin aportar soluciones, mientras alocadamente nos imponen restricciones, para camuflar su absoluta carencia de ideas, su letal incapacidad, su detestable cortoplacismo electoralista. Con independencia de que sirvan para algo, si no fueron capaces de distribuir unas míseras mascarillas en su momento y durante meses, ¿cómo pensamos que la estrategia de las vacunas se va a desarrollar de manera más efectiva?

Y mientras seguimos asolando el tejido empresarial, el que realmente nos tiene que sacar de este atolladero. Estos infames continúan entretenidos con su agenda ideológica: subida del salario mínimo interprofesional, subida de las cotizaciones de autónomos además con efecto retroactivo, creación de nuevas figuras impositivas que tendrán inmediato traslado al consumidor final, por no hablar del considerable aumento del gasto social, algo que será inasumible ante la bajada de ingresos tributarios en estos momentos de paralización brutal de la actividad económica. Y de las ayudas… de esto mejor no hablar, más bien porque hay poco, o nada, que analizar.

A la mayoría de estos supuestos gestores no les cedería ni la administración de un pequeño negocio, por carencia de experiencia y por ínfima capacidad. La vida del político teórico que no ha trabajado jamás en su vida y que se deja llevar por indicaciones partidistas, está de más a día de hoy en nuestro país, y en cualquiera que se precie de nuestro entorno. Antes de iniciar su carrera política, deberían trabajar una temporada en la administración pública, en la empresa privada, y, sobre todo, como verdadera prueba de fuego y validación de sus capacidades, como autónomo. Así sabrían lo que vale un peine.

Y si realmente supieran lo que vale un peine, hace tiempo que se habrían percatado de cuando llegará el fin de esta crisis, y de otras que vengan. Nunca nadie afirmó que la vida fuera segura. Esto termina el día en que los salarios de un chino y un español sean equivalentes. En esto consiste la globalización. Así de sencillo.

Constatamos, sin duda, sin fisuras, el fracaso del mercado como el más eficiente asignador de recursos, dado que mediante libertad de circulación de capitales y los mecanismos propios de la deslocalización, se han producido distribuciones muy dispares y esencialmente injustas de la riqueza. Al margen de los gobiernos, y superando el poder de los estados, estamos abducidos por organismos supranacionales, dominados por grandes corporaciones económicas. Estas entidades son epicentros de poder real, digo real, subrayo, capaces de aniquilar o cuanto menos debilitar extremadamente el poder efectivo de las naciones. Me da miedo, en plena pandemia, cuando te informan de que el principal benefactor de la OMS es la Fundación Bill Gates. Estos endiosados magnates, disfrazados de filántropos, cada día me provocan más miedo.

No podemos continuar permitiéndonos el lujo de esta somnolienta parálisis. Es necesario tener consciencia para cabalgar la indeterminación que supone vivir. La respuesta, según Portella, es el abrazo de los contrarios, para “salvarnos” de este modelo de sociedad abocado a la fealdad y a la miseria, sin tensión alguna del espíritu. Para superar el abismo democrático hay que despertar, y no hay mucho tiempo.

Luis Nantón Diaz

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