Las líneas de hoy son de las que granjean furibundas y airadas críticas, así que voy a dedicarle dos artículos consecutivos. Ya que van a llover los palos, que sea de forma generosa. Pero hay asuntos, hoy en día, donde mirar hacia otro lado, es una infame cobardía. Antístenes afirmaba que “la prosperidad hace nacer amigos, y la adversidad los prueba”. Al igual que siempre, mi único objetivo es que el lector analice lo expuesto, compare, reflexione y adquiera su propia perspectiva. Solo con esto, el tributo a pagar merece extraordinariamente la pena.

El actual sistema de poder en Occidente, el globalismo y su agenda 2030, están obsesionados con enmascarar el apabullante problema de la inmigración desbordada. Es una descarada estrategia de negar lo evidente, de justificar lo inverosímil y de cancelar a todo aquel que intente focalizar sobre las complejidades del asunto. Lo más importante es determinar adecuadamente las dimensiones de la ecuación, porque si lo hacemos con total transparencia, con matemática valentía, tenemos que hablar de unas políticas de sustitución demográfica. Aquí nos encontramos con el gran reemplazo, con la gran sustitución.

Son muchos los que han previsto y anticipado el dilema actual. A nivel personal, en los años ochenta, justo después de la publicación de “Carta de un niño que no llegó a nacer” de Oriana Fallaci, se destacaba esta contestataria periodista denunciando un inevitable choque de civilizaciones. En la misma década, alcanzó cierta notoriedad la obra del francés Jean Raspail “El campamento de los santos” donde vaticinaba las gigantescas riadas migratorias de ahora, aunque se quedó bien corto, en perspectiva y cantidad. Ya desde esa época, cualquier referencia a este embrionario problema resultaba particularmente desagradable para los miembros del establishment político. Solo los intelectuales que tienen algún compromiso e intereses con los partidos hasta ahora mayoritarios continúan defendiendo la idea de una Europa “tierra de acogida y refugio de menesterosos”. Los argumentos en contra se acumulan, mientras que, a medida que pasa el tiempo, la oposición crece. Cada día les cuesta más mantener la gigantesca cortina de humo. 

Hay que esperar hasta hace unos pocos años, coincidentes con la explosión migratoria, cuando encontramos autores más decisivos. Posiblemente el más resolutivo, el que ha alcanzado mayores cotas de notoriedad es Renauld Camus, cuando publica en el año 2011 “El gran reemplazo” Camus es un controvertidísimo autor de más de 140 libros, y se puede decir de todo sobre esta figura, menos que “tenga pelos en la lengua”.  En los primeros años de circulación, tuvo una reducida repercusión, solo en círculos intelectuales, pero en 2015, la “crisis de los refugiados” (más de un millón de no–europeos lograron entrar ilegalmente en el territorio de la UE solicitando “asilo político”) revitalizó su difusión y le dio enorme credibilidad. Tras su publicación del 2011 sale al mercado editorial, dos años más tarde “El cambio de las personas” donde ahonda con gran profusión de datos sobre los efectos de la ingeniería social.

La teoría del Gran Reemplazo explica con detalle el camino recorrido. Camus explica que este tránsito se ha realizado gracias a tres fenómenos que la han precedido: el proceso de industrialización, la pérdida de identidad cultural, y la decadencia de lo espiritual y trascendente en Europa. Los tres elementos son hijos de un mismo padre: el materialismo de las sociedades occidentales, por eso la ciudadanía asiste impasible a este progresivo deterioro, aceptando todo lo relacionado con la globalización. 

No se cansan de vendernos el axioma de que todos los seres humanos somos reemplazables, y de que no existen tampoco identidades nacionales permanentes. El mensaje fundamental es la idea del progreso lineal y constante, donde estamos abocados a un futuro siempre mejor, aunque las realidades determinen lo contrario.

En una única generación, hemos visto cuatro fases consecutivas, de multitud de factores que están determinando el reemplazo de la sociedad europea. Hace medio siglo, se pensaba que los inmigrantes que llegaban volverían a sus países de origen al cabo de unos años o bien se integrarían tranquilamente a los nacionales, con algunas especificidades, pero sin grandes diferencias con las costumbres nacionales. Años más tarde, a la vista de que esto no se cumplía, nos vendieron el insustancial rollo de la integración: el inmigrante, conserva sus peculiaridades propias, su lengua, su religión, su forma de vestir, sus costumbres, pero acepta cómodamente convivir en paz en el país de acogida. Esta teoría tampoco dio buenos resultados al enfrentarse a la realidad del día a día. Pese a que todos los gobiernos, siguiendo directrices de Bruselas inyectaban más y más fondos para la “integración”, apenas se percibían avances reales. 

A partir de ese momento, ya sobre el año 2000, nos pasamos a la tercera y no menos formidable fórmula: el “multiculturalismo”. Se daba por sentado que los Estados receptores de inmigración que, hasta ese momento, eran “uniculturales”, debían aceptar en plano de igualdad cualquier otra aportación cultural que trajeran los inmigrantes. Y, por supuesto, en el plano religioso, si se trataba de musulmanes, tenían todo el derecho a multiplicar sus mezquitas y a practicar en ellas su religión… lo que determina una brutal ignorancia del carácter expansivo del islam. 

La Gran Sustitución no es un concepto, no es un libro, y mucho menos una conspiración. Es el resultado de multitud de elementos coincidentes, que están alterando la demografía europea. No es una impresión, es sencillamente un análisis estadístico, tener ojos en la cara y tener ganas de ver las cosas como son. Aunque no nos agrade reconocerlo. El reemplazo es mucho peor que un concepto, es una realidad cotidiana, es algo que las personas pueden observar cada vez que caminan por la calle. Ya estamos en la cuarta fase, sencillamente el periodo de negar lo evidente.

Lo expuesto genera unas proyecciones extremadamente preocupantes. En primer lugar, porque a la velocidad con la que crecen los grupos étnicos procedentes de África en dos décadas, solo veinte años, se habrá llegado, no solamente a una “Europa multicultural”, sino a una Europa Occidental en la que los grupos étnicos norteafricanos casi serán mayoría. En algunas ciudades de Gran Bretaña ya es una realidad y la religión islámica será la de mayor seguimiento con todo lo que ello implica. Fundamentalmente por lo que ya están reclamando, una doble legislación, en el seno de la vieja Europa. 

No es una crítica, a lo mejor es lo mejor que puede ocurrirnos. Incluso, sin saberlo, es lo que todos pretendemos. Pero al menos, tener claro el camino recorrido y hacia dónde vamos.

Luis Nantón Díaz