La actual política es un verdadero y fantasioso espectáculo. Un carísimo entretenimiento donde los espectadores ya no distinguimos entre ficción y realidad. Donde los actores son tan malos como caros y la trama, e insisto en lo de trama, no tiene límites ni final. Las ideas y programas hace décadas que murieron, sepultando alternativas visiones del mundo, en un truculento mercadeo de intereses. Los partidos políticos son empresas, cuya única finalidad es su continuidad y la generación de ilícitos beneficios. El problema fundamental es que el producto es el futuro de las personas y que en la ecuación, no entra, ningún interés por nuestra nación. Solo importa el partido… su partido.
Los políticos sustentan su estrategia en verdaderos planes de marketing, dónde la constante generación de un relato es la herramienta sobre la que todo pivota. No importan sus carencias, su falta de definición, sus errores, sus crímenes… siempre hay un relato, mil veces repetido, que altera la realidad de las cosas. Cuando insisto en lo importante del combate cultural, no es una cuestión filosófica, ni siquiera ideológica. Es una cuestión de mera supervivencia. La izquierda se ha apoderado de una superioridad moral, no porque tengan derecho a la misma, sino porque los conservadores se la regalaron. Los conservadores conservan más bien poco y siempre están pidiendo perdón y retrocediendo.
Los engranajes de la política se engrasan con dinero y se articulan en función de estrategias comerciales. Se limitan a vender sensaciones, esperanzas y sensibilidades. Realmente nada importante, nada que nos asegure el futuro. Las personas necesitamos ideas, fundamentos, bases. Son indispensables, aunque solo lo reconozcamos internamente. De aquí deriva una de las explicaciones de por qué hay tantas personas que sustentan con su voto a un verdadero grupo de desquiciados e incapaces.
No basta con el relato. Hay que aportar el valor añadido definitivo, que es la idea de que eres una buena persona, de que buscas el progreso, la libertad y un montón de cosas que de tanto repetirse han perdido el sentido. Los progresistas, ahora verdaderos “pijos caviar” venden la imagen de gente avanzada y con sanas preocupaciones. En cambio, ¿que vende la derecha?, al menos la “derechona” de siempre: que son buenos gestores. Que nos van a sacar de la crisis. Lo malo es que cuando el personal busca un sentido a su vida, opta por valores y no por una hoja de cálculo.
No se puede ceder en la defensa de los valores. Ni todo es economía ni todo es relato. Por eso la irrupción de valores y algo de sentido común en el parlamento nacional, pese a tenerlo todo en contra, resulta aleccionador. Fijense en los únicos, y son los únicos, que no adornan sus vestimentas con el rosco multicolor de la agenda 2030.
El último relato que nos están vendiendo es el del negociete de la amnistía. Esta semana, y gracias al último tropel de concesiones al delincuente de Waterloo, por parte de su Sanchidad, han llegado a un acuerdo definitivo. Bueno, definitivo al menos, hasta la semana que viene. El relato indica que esta buena gente se sacrifica por nosotros, para retornar a la senda del diálogo y la concordia. Nadie dice nada sobre las enésimas declaraciones unilaterales de independencia ni de la necesidad de comprar por 30 monedas los siete patéticos escaños que le hacen falta al gran timonel para continuar guiando los destinos patrios.
Generalmente los relatos enmascaran las diferentes tropelías del poder. Hay que ganar tiempo para que las noticias pierdan fuerza, el personal olvide y dentro de unos años ya buscaremos alguna solución jurídica. Además, ya sabemos que la igualdad jurídica de todos los españoles es sencillamente una chorrada. Unos venden el país por el diálogo y otros nos cuentan que son unos luchadores por la libertad. Que triste es pensar que todo se origina por las comisiones del 3%, de esa oligarquía catalana de Convergencia, transformada en independentistas, para evitar los fríos grilletes.
Es como el comité de expertos de sanidad, ese que nunca existió, mientras tantos y tantos expertos televisivos aterrorizaban a la ciudadanía. Seguramente aquel comité de expertos era solo Koldo con la calculadora. Es posible que aquel supuesto equipo de analistas que concluyó que los niños debían llevar mascarilla jugando al fútbol en el patio acabe siendo solo un combinado de estulticia y leyenda. Debo reconocer que algo me alivia: prefiero a un malo que a un tonto. Y, desde luego, esta gente tonta no es.
Como brillantemente indica Esparza, director de “El Gato al agua” «Son cosas que a la gente le cuesta mirar porque a nadie le gusta recordar que fue un cordero aterrorizado. Y en ese ambiente creado deliberadamente por el gobierno y sus acólitos asistimos a cosas asombrosas: estados de alarma ilegales, suspensión de libertades públicas con la gente aplaudiendo en los balcones, imposición de un tratamiento experimental llamado vacuna, saqueo a mansalva y el archivo de todas las querellas que se plantearon contra el gobierno».
Debe de ser como los incesantes comités de expertos que nos aseguran que la inmigración es tan buena como necesaria. Que nos aportan diversidad cultural y van a pagar nuestras pensiones. El Mundo publica que cada día España pierde 140 nativos y gana 1.661 extranjeros. ¿Cuántos de esos 1.661 extranjeros van a poder introducirse en el mercado laboral? ¿Y cuántos van a cotizar a la seguridad social?. No parece que vaya a sostenerse, pese al relato.
Dicen que tras la tempestad llega la calma; hay tempestades que duran cinco minutos y otras que duran años. Al final acaban, pero si no estás para verlo, la tempestad resultó insufrible. Algunos piensan que “muerto” el Pedro se acabó la rabia, de que el problema de todo es su Sanchidad y de que, una vez caiga, se habrá terminado el mal para siempre. Pero no es cierto, es otro relato. Detrás de Sánchez vendrá otro peor, como detrás de Chávez vino Maduro y detrás de Lenin vino Stalin.
Es nuestra responsabilidad, únicamente nuestra, gritar BASTA, rechazar cuentos y relatos y empezar a poner a más de uno en su sitio.
Luis Nantón Díaz
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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