La semana pasada tuve la inmensa fortuna de asistir a una magistral sesión del profesor Bernardo Crespo Velasco, del Instituto de Empresa, sobre Inteligencia Artificial. Experimentado consultor, apasionado de la estrategia y el liderazgo digital, coordina la dirección académica del Programa Ejecutivo de Transformación Digital en IE Business School. Crespo ha vivido en primera persona la titánica transformación digital de una entidad financiera del dimensionamiento del BBVA, inmejorable tarjeta de visita para integrar el círculo de lo financiero, lo digital, lo comercial, y por supuesto, el decisivo factor humano.

Entre la enorme cantidad de datos y reflexiones que brindó, destacó su referencia a una inteligencia artificial mejorada, donde desde la tecnología recogemos velas, para poder avanzar más rápidos y de forma más potente. Los más versátiles algoritmos, los procesadores más eficaces, se ven exponencialmente amplificados, cuando aportamos una perspectiva personal, una óptima y constante dosis de humanismo.

Las referencias a Roma son inevitables, incluso para lanzar unas pinceladas sobre Inteligencia Artificial. El hombre moderno debe sustentarse en la tecnología más dinámica y elevada, pero sin perder la piedra angular de su perspectiva humanista, de su proyección hacia lo espiritual. Prescindir gratuitamente de tan notable soporte nos convierte en imbéciles, dado que el sentido etimológico del término “imbecillus”, en latín, significa sin bastón, carente de apoyo. Resulta paradójico que conforme los hombres paulatinamente nos volvemos menos operativos intelectualmente, con menor capacidad crítica, las máquinas son estructuras cada día más poderosas e inteligentes. Un claro fenómeno de vasos comunicantes donde un hombre superado por la modernidad delega una  importante porción de su actividad cerebral a diversos automatismos.

El genial Chesterton decía que “cuando Roma cayó, la ciudad se transformó en una aldea provinciana. El resultado fue un leve localismo y no un amotinamiento intelectual. Había anarquía, pero no rebelión, pues toda rebelión debe sustentarse en unos principios y, por tanto, para quienes sean capaces de pensar, en una autoridad”. Esta histórica decadencia tiene un aroma similar a la que ahora trastoca nuestra aparente realidad, no hay motín, no hay rebelión, sino una sumisa y cómoda subyugación a lo tecnológico. Pudiera estar bien, siempre que quienes lideran las transformaciones tecnológicas nos inspiren una transparente confianza. 

Atendiendo a una pregunta que lanzó el Sr. Crespo, con relación a qué trasfondo había quedado tras su ponencia, algunos le respondimos que miedo, sencillamente miedo.  Estoy convencido de que nuestro profesor ve y percibe factores que nosotros siquiera atisbamos, es un experto en la materia, y me atrevería a afirmar, con respetuosa admiración que un auténtico visionario. Por ello es lógico, que los estratosféricos cambios tecnológicos puedan generar esperanza, pero también una buena dosis de recelo. A lo mejor las máquinas dotadas de inteligencia artificial van a revolucionar no sólo nuestra vida cotidiana, sino también nuestra forma de ser en el mundo.

 

Utilizando un paradigma del omnipresente marketing de Google, Zero Moment of Truth – ZMOT,  Crespo lo altera con felina agilidad para desarrollar el “Zero Moment of Trust” y aquí hablamos de confianza. La confianza erradica los temores. Este momento inicial, cero, se inicia cada vez que interactuamos con cada plataforma. La fórmula se sustenta en la creación de valor mutuo, la preservación de nuestra identidad y el respeto por las personas. Como bien apunta, la totalidad de los gigantes tecnológicos están focalizados en el prioritario objetivo de las ventas, en base a la publicidad digital. Pero este entorno de optimización se incrementaría notablemente, a medida que nuestro producto, nuestra marca, nuestro servicio tenga la aureola indiscutible de la confianza. Concretando, no se trata solo de acaparar todos los datos posibles de nuestros usuarios, sino de que los usuarios se convierten en personas y nos importan, con total sinceridad, todas y cada una de las interacciones que se establecen.

Sobre todo, porque muchas personas, múltiples colectivos, tienen enormes reservas sobre el futuro y la inteligencia artificial. Son muchos los que describen un futuro poco alentador, donde trabajes en lo que trabajes, te vas a ver afectado por la revolución de la robótica y de la inteligencia artificial en los próximos años. Reiteran que esto no va a ser ninguna ganga. Si no perteneces a la élite económica, si estás adscrito a la clase media o al mundo del trabajo, debemos ir con cuidado. La laminación globalista elimina las clases medias y en cualquier momento corres el riesgo de penetrar por derecho propio a través del umbral de la pobreza. Dejemos de aportar datos, y contribuciones más onerosas, si esos datos no se transforman en prosperidad y beneficios para todos. No dejemos que nos utilicen, a nosotros y nuestros datos como materia prima.

Bernardo Crespo nos impactó a todos con una exposición que no te permite quedar impávido, abriendo otro frente adicional, de los muchos que citó, con la tecnología blockchain. Se trata del advenimiento de organizaciones descentralizadas, posiblemente organizaciones supranacionales, estructuradas en soluciones tecnológicas de encriptación. Por un lado, destaca el ansia de libertad de los usuarios, optando por sistemas alternativos, con escasa intervención de las estructuras tradicionales, pero con la seguridad y fiscalización estándar de tecnología que garantice la copia exacta de la realidad, de forma inalterable y segura. Todos amparados en un custodio tecnológico permanentemente veraz y contrastado por múltiples supervisores.

Realmente no existen muchas diferencias entre los modernos estados, abducidos por deudas externas siderales, que imprimen moneda constante y alocadamente por sus bancos centrales, de todo lo relacionado con las criptomonedas. Ambas inspiran poca confianza, pero estas últimas, aparentemente, rezuman ansia de libertad.

Me quedo, para reflexionar en profundidad, con su más vigente mensaje: Quizás la única forma de aumentar la inteligencia artificial sea hibridando soluciones tecnológicas con una mayor intervención humana. El control de la veracidad mejor que caiga en manos de una máquina (almacenamiento objetivo de hechos y atributos). La generación de confianza, mejor que sea el resultado de la interpretación de humanos sobre historias inalterables custodiadas por protocolos de almacenamiento y encriptación ¿El resultado? Como categóricamente afirma: Lo estamos creando ahora mismo. De la conjunción de personas, datos y tecnologías, para generación de confianza,  surge el experimento de una nueva era digital.