La verdad es que cada año tardo más en recuperarme de la fiebre de Halloween. Ya no se trata de proteger nuestras ancestrales tradiciones familiares, es simplemente que me molesta tanto rebuzno. Este esperpéntico carnaval de macabros maquillajes y disfraces chorras se ha convertido en un festival de la paranoia colectiva. Caricaturizar a lo único que goza de certeza absoluta en esta vida, así como el recuerdo a los que ya no están con nosotros, puede ser disculpable para toletes, o adolescentes adocenados, pero en el caso de los padres…, a lo mejor requiere medicación. Si reflexiono, es una celebración de plástico, propia de nuestra época. No puede ser de otra forma.
Hace unos pocos años, era fácilmente detectable una noticia, una información, como algo esperpéntico, inusual y posiblemente falso. Ahora es imposible. Ahora nos inundan con desquiciadas iniciativas y alocadas propuestas, que desbordan incredulidad. Cada día pienso que se ha llegado al límite de la locura, o del absurdo, pero a la siguiente jornada algún cretino aumenta la apuesta. Estamos todos inmersos en una callada locura colectiva, como un reality show, donde los sufridos concursantes pagamos impuestos para sustentar este manicomio globalista. Los políticos, como avariciosos productores, buscan desesperadamente nuevas fórmulas para desviar la atención de los verdaderos problemas, y focalizar la atención en perspectivas cada día más patéticas. Hoy toca desenterrar a algún señor, pintar semáforos inclusivos o quitarse la corbata para luchar contra la terrible emergencia climática.
Y ya que tocamos el pavoroso catecismo de la agenda 2030 y sus verdades absolutas, quedo perplejo ante la fiebre de iconoclastas de la religión del clima que desbordan los medios de comunicación. Generalmente ser revolucionario, pretender cambiar el mundo, conllevaba algunos sacrificios. Nunca existía la necesidad de obtener beneficios personales, o cubrir expedientes, en cualquier caso, la oportunidad de desprenderte de tiempo, dinero y otros recursos. Ahora, no solo no existe ninguna lógica reacción que temer, sino que puedes actuar impunemente. No es valor, es total inconsciencia.
Hace unos días, dos cretinas disfrazadas de activistas ecológicas, de la secta financiada por los Getty, Rockefeller o Soros (Futuro Vegetal, un movimiento adscrito a Extinction Rebellion y Scientist Rebellion), se han pegado a los marcos de los cuadros de ‘Las Majas’ de Goya en el Museo del Prado. Replican las absurdas majaderías que otros atontados, están desarrollando por todo el mundo, siempre en presencia de un nutrido grupo de periodistas y afamados seguidores, que jalean su arbitraria inconsciencia. En medio de ambas pinturas han escrito el mensaje ‘+1,5º’ para «alertar sobre la subida de temperatura mundial que provocará un clima inestable y graves consecuencias en todo el planeta». Me molesta mucho más su falta de preparación, que la chulería que se permiten con estas chorradas. La carencia absoluta de capacidad crítica, la ausencia de verdaderos valores y potenciar mansamente el pensamiento único sí que conllevan graves consecuencias para todo el planeta.
Esta moda de a ver quién hace la gamberrada más gorda, denominada “acción de protesta”, se inició tirando una tarta a “La Gioconda” en el Louvre. Después sopa de tomate a “Los girasoles”, en la National Gallery de Londres y, días más tarde, puré de papas a uno de ‘Los Pajares’ de Monet, en el Museo Barberini de Potsdam, al sur de Berlín. Puré de papas…, ¡Muy profesional! como apuntaba el narco gallego en la película “air bag” con las machine gun. ¡Mira que son repelentes estos “rebeldes de escaparate”!, hasta para ser un vándalo, aunque sea por un día, hay que ponerle cariño y dedicación de verdad.
Sus aguerridos seguidores manifiestan que estas animaladas tienen por objeto que la ciudadanía tome clara conciencia del caos ecológico. Buscan hacernos entender que no tiene sentido proteger obras de arte mientras no somos capaces de proteger las vidas humanas. Debemos intentar analizar las reflexiones en su conjunto. Hay que recordar que los catequistas de la emergencia climática también se quejan de la subida de tipos de interés, de la inflación o del desempleo, siendo los mismos que potencian estos problemas por su fanatismo climático, que nos ha abocado al sistema energético más caro e ineficaz de nuestra historia, y el más dependiente del exterior. Y esto es lo preocupante, estos vacuos pensamientos de 160 caracteres, estas reflexiones de mercadillo, tonterías de todo a cien.
Las más serias hipótesis científicas del momento acreditan que son las ventosidades del ganado las principales culpables de la agonía de nuestra atmósfera ¿No hubiera sido más coherente manifestarse frente a cualquier multinacional alimentaria o farmacéutica? Me refiero a las que nos envenenan de verdad. ¿No conllevaría mayor grado de consecuencia arrojar tomates a alguna multinacional petrolera? Claro, estos últimos pollos tienen guardaespaldas, y lo mismo llueven los cocotazos. El arte no es solo arte, el arte es en último término el triunfo de un individuo frente al mundo que le sirvió como escenario. Hay que entender ese mundo y también su contrario. Pero qué culpa tienen Goya, Monet o Van Gogh para ser castigados por la fanática ceguera de los apóstoles de la agenda 2030.
Los despropósitos de tanto niñato son consecuencia, entre otros, del tipo de educación que se imparte en colegios y universidades, donde hace tiempo que la instrucción ha pasado a transformarse en adoctrinamiento, el mérito y el esfuerzo en anatema y la seriedad y el rigor intelectual en delitos. Muchas cosas podemos analizarlas por los resultados, así que cualquiera que analice los logros de la moderna pedagogía sabe que el ”postureo” es una liturgia cotidiana, una orgia curricular, un entretenido espectáculo halloween que nos sitúa al frente de la siempre cambiante moda.
Pese a la demagogia de los progres, el mérito y el esfuerzo solo tienen sentido para legar sus frutos a nuestros hijos. Este es y será el principal objetivo. Pero como ahora los centros educativos tienen como fin fundamental el que los chavales exploren sus braguetas y no sus cerebros, los estímulos de la vida activa ya no se encuentran frente a la débil, pero necesaria barrera del espíritu y de la vocación intelectual. Como cierre de las líneas de hoy, una sentencia del genial escritor japones Haruki Murakami: “Si lees lo que lee todo el mundo, acabarás pensando como todo el mundo”.
Luis Nantón Díaz
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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