Acabo de engullir un curioso texto del profesor canadiense Alain Deneault, profesor del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Montreal. Un libro tan curioso, como desconcertante, sobre todo porque a mi entender, tras un análisis genial de la actual coyuntura social a nivel internacional, ofrece unas alternativas que son puro nihilismo, o sencillamente senderos difícilmente practicables. MEDIOCRACIA: CUANDO LOS MEDIOCRES TOMAN EL PODER es una certera y ácida fotografía de las nuevas estructuras de poder, que modelan nuestra sociedad.
Desarrolla una sinopsis genial y desalentadora. No esté orgulloso, no sea ingenioso, ni dé muestras de soltura; pudiera parecer arrogante. No te apasiones: a la gente le da miedo. Y, lo más importante, evite las «buenas ideas»: muchas de ellas acaban en la papelera. Evite esa mirada penetrante suya porque pudiera ser inteligencia y eso siempre da miedo. Sus reflexiones no solo han de ser endebles, sino además deben parecerlo. Cuando hable de sí mismo, asegúrese de que entendamos que no es usted gran cosa. Eso nos facilitará encasillarlo en el cajón apropiado. Los tiempos han cambiado. No hay nada grande por hacer, no hay nada que creer o crear, son tiempos para la sumisa paciencia y esperar a que los problemas se vayan solucionando solos: los mediocres han tomado el poder.
Ahora nos enfrentamos a una esperpéntica y mediocre situación, donde unos prevaricadores, fraudulentos y violentos golpistas son los que dicen su verdad permanentemente, sin fisuras, y a un presidente del gobierno que carece de un ápice de credibilidad al mentir compulsivamente, mientras pulveriza todos los poderes de la nación, y humilla y desalienta a sus ciudadanos. La mediocridad ha tomado el control de las instituciones y nos anima a no pensar, a aceptar lo inaceptable, y con su actitud generan una sociedad anestesiada, sin alma, sin fuerza. Recordemos a todos los últimos presidentes que hemos tenido, a los ministros, a los tertulianos, a los comunicadores, incluso a los subvencionados profesionales del “conocimiento y la información”, casi todos están cortados por el mismo patrón: la mediocridad.
No es solo cuestión de formación y experiencia, se trata de actitud para el bien social, hablo de desprendimiento, de anteponer el beneficio de la colectividad. No es cuestión de conocimientos universitarios, porque tenemos a afamados registradores, abogados del estado, plagiadores de tesis doctorales y otras tribus, que carecen de esa elemental capacidad, y que además son unos cobardes, al entregar su alma por nada y para nada. Hablamos de agricultores, propietarios de un taller, sanitarios, profesores, profesionales, y por supuesto funcionarios, que sabrían gestionar con la responsabilidad de un buen padre de familia la cosa pública. Algo característico de esta situación es la selección inversa, es decir, que su dinámica social ahuyenta a los mejores y deja el terreno libre a lo peor del rebaño, a los sumisos, a los serviles que no valen para otra cosa que para medrar en un partido, institución que favorece a los que no tienen opiniones propias y que sólo potencia a los que son realmente obedientes. En esa coyuntura, un hombre con algo de decencia, respeto por sí mismo y un mínimo de brillantez intelectual no puede durar mucho, mucho menos llegar a presidir una nación.
Uno de los problemas de la mediocridad es que es contagiosa. Es una peligrosa enfermedad que genera intransigencia, y esta fomenta los más absurdos y pueriles puritanismos. Si todavía continúas leyendo estas líneas te invito a potenciar tu independencia y libertad, a intentar que las personas que te rodean generen y mantengan un mínimo de espíritu crítico, que no se limiten a ser espectadores, que tengan una actitud activa y pensante. No podemos creernos todo, aunque nos lo repitan incesantemente, y con distintas pero engañosas perspectivas.
El nuevo puritanismo nos obliga a aplaudir mientras tiran estatuas de Isabel La Católica, de Cristóbal Colón o de Fray Junípero Serra, porque en una patraña oficial han provocado la inversión de los valores. El nuevo puritanismo sentencia que te quedes sumisamente callado ante cualquier desparrame legislativo, de una agenda ideológica totalitaria, aprovechando una pandemia. Si hablas, si dices lo que piensas, puedes ser condenado al silencio, al ostracismo, a la eliminación social. El moderno puritanismo obliga a selecciones nacionales, a artistas e intelectuales a apoyar el movimiento ‘Black Lives Matter’ so pena de muerte civil. Debes ponerte de rodillas, debes sonrojarte, sin saber por qué, de una historia repleta de grandes hitos, de la que ahora te obligan a avergonzarte. El original puritanismo impone tu callado sometimiento, ante iniciativas legislativas, cuanto menos discutibles. Veo con dolor que no pasa nada, nadie dice nada, por miedo a que le tachen de reaccionario, antidemocrático, fascista, cuando son reflexiones basadas en el amor por el conocimiento y la libertad. Eutanasia, aborto, leyes de género…, cuestiones muy complejas que no se han abordado democráticamente, siempre impulsadas por el rodillo de unos partidos que han renunciado a todo, por eliminar de cuajo los pilares de la familia, las creencias y la cultura.
Todo este veneno demuestra que estamos en las garras de un denigrante puritanismo de lo políticamente correcto, en un puritanismo maloliente, de estrechez de miras, de aguas estancadas y de letal incapacidad intelectual. Lo peor es que afecta a todos, incluso a gente anteriormente abierta y tolerante. Es algo transversal, un signo de este tiempo, sobre todo porque está inspirado por el miedo y la desesperanza, que es subvencionada por los políticos y sus amos. Tenemos que rebelarnos contra la mediocridad, la vulgaridad y la pequeñez de estos tiempos. Estos renovados comisarios políticos de vistosos colores son los enemigos, da igual donde estén. Los cortos de inteligencia y de bondad son los sepultureros de la cultura, de la convivencia y del porvenir. Estos intolerantes, en nombre de su patético sistema dicen ser garantes del bien, de lo correcto, de lo mediáticamente puro frente a los otros, el mal encarnado, los liberticidas, los culpables.
Necesitamos ciudadanos valientes, despiertos y comprometidos. De los políticos y sus siervos en nómina no espero nada más que silencio, pero debe volver a brotar una dinámica sociedad civil. Requerimos coraje para liberarnos del puritanismo esclavizador de este tiempo y acabar con esta mordaza autoimpuesta, con estas reclusiones voluntarias, con esta cómplice inacción. Esto lo expone un sincero mediocre que no desea ser inoculado por ese mortal virus del más ciego y excluyente puritanismo.
Luis Nantón Díaz
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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